El olor del
vomito le provocaba aún más nauseas de las que ya le habían hecho expulsar todo
alimento de su cuerpo, contuvo la siguiente
andanada hasta su turno, descansó a medias cuando pudo soltar su bilis dentro
de la bolsa de supermercado compartida con otros 4 internos; todos trasladados
de afán en una noche cualquiera, en un furgón sin ventilación alguna, a
oscuras, todo por ser lesbiana y querer ser visitada íntimamente por su pareja
del mismo sexo un domingo cualquiera, en la década de los 90, primeros años...
presidente Gaviria.
Llegó el furgón a
la cárcel de Bogotá casi punteando el alba, se bajó entumecida, vacilante dio
los primeros pasos, acostumbrando sus ojos a la intensa luz del nuevo presidio,
mientras caminaba en medio de los guardias
pensó para sus adentros en las
tantas veces que esto le había sucedido, en lo que vendría tras el cerrar de
las rejas; caminó despacio, para sentir en sus pulmones el viento fresco de la
madrugada, vio de reojo a la virgen iluminada, no sé persigno, solo miró
indiferente los cientos de adornos que
significaban los muchos milagros recibidos de ella por personas desconocidas, ella no había sido bendecida con ningún
milagro, ya no creía ni en Dios ni en ley, vivía un calvario.
La directora la
esperaba sarcástica frente a su gran escritorio, al saberla lesbiana y famosa
en el mundillo carcelario por serlo, le dio el tratamiento esperado: - señorita marta, bienvenida, siga y se
sienta, porque le tengo muy buenas noticias.
Como le gusta
fraternizar con sus compañeras, le ubicamos suit en el patio 2do, espero la
directora la reacción al anuncio, pero Marta se aferro a la silla tratando de
ser imperceptible; en todo el país era sabido que el 2do era el patio de
internas peligrosas, de mujeres que lo han vivido todo y ya no tienen más
interés en el mundo que el de sobrellevar la pena en su ley.